Las rosas de Heliogábalo.

Lawrence Alma-Tadema Las rosas de Heliogábalo 1888

Historias detrás de las obras de arte.

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Las rosas de Heliogábalo (1888). Lawrence Alma-Tadema.

 

Cuando pensamos en la Roma de los excesos y la decadencia, no es justamente el emperador Heliogábalo quien nos viene a la mente (quienes han logrado imponerse en la historia por sus no-virtudes han sido otros, como Calígula y Nerón). Sin embargo, Heliogábalo se gana el título del emperador más odiado de la historia de Roma en sólo cuatro años de gobierno (del 218 al 222 d.C.), entre sus 14 y sus 18 años.

Incluso, tras ser asesinado y decapitado a tan temprana edad, el senado romano ordena el damniato memoriae (condena de la memoria), lo condena al olvido. Más allá de ello, los métodos de su perversión (perversión en el sentido de hacer el mal y disfrutarlo) llegan a ser tan sofisticados que no será tan fácil olvidarlos.

Lawrence Alma-Tadema recrea uno de aquellos episodios crueles en una obra tan bella que nos confunde a simple vista. No nos imaginamos la maldad y la mente retorcida que hay detrás de esos pétalos de rosa.

En la Historia Augusta, un libro que reúne biografías de emperadores romanos, se relata este entretenimiento tan particular del joven Heliogábalo:

“En una sala de banquetes con un techo reversible, una vez enterró a sus cortesanos con violetas y otras flores, de modo que algunos se ahogaron hasta la muerte, sin poder arrastrarse hasta la cima”.

Entre las cuestiones por las que se gana el odio del senado y el pueblo entero vemos que, buscando ser adorado como un dios, Heliogábalo destruye santuarios religiosos e intenta prohibir cultos. Como si fuera poco, para el joven emperador matar y castrar es parte de la diversión. Y entre algunas de sus extravagancias más notables, está el intento de que el senado acepte que él se case (como esposa) con un esclavo y con un atleta griego al mismo tiempo.

Pero hay también otro hecho curioso y por el que la historia, más que condenarlo al olvido debería promover su memoria: impone al senado que acepte a una mujer ocupando un escaño con el rango de un hombre. Esa mujer es su madre. No nos ha de extrañar entonces que, cuando decapiten al emperador, al mismo tiempo decapiten a su madre.

 

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